En la historia guatemalteca, los intentos
de organización social han sido silenciados, acribillados, arrasados del mapa.
Eso nos dejó desarticulados en muchos sentidos, incluso para conocer nuestros
derechos, lo que nos hace exigir de manera superficial “libre locomoción”
cuando hay manifestaciones o protestas, como si este fuera el derecho plus
ultra para una vida decente.
Estamos en Cuaresma y siempre por estas
fechas me digo que si nos organizáramos como nos organizamos para las
procesiones, otras realidades tendríamos, no solo en calles y avenidas cerradas
para el pesar de los no devotos que no pueden cuestionar: “¿Y nuestra libre
locomoción?”.
Con colores, olores, sabores y fervores de corozo
y expiación de culpas -hasta de niños que no cumplen los 5 años-, la gente
chapina, creyente o no, se organiza con meses de anticipación. Invierte tiempo
y dinero en su indumentaria cucurucha y en turnos. Pasa sol, lluvia, esperas y
se desvela por esos rituales y odas a la muerte y el dolor.
El sábado pasado, 25 de marzo, la Cuaresma
coincidió con una carrera nocturna de 10 kilómetros. Las carreras me hacen
pensar también en la organización y el poder de convocatoria, como también en
la falta de espacios urbanos seguros para hacer algo tan simple como correr. No
tenemos parques y por eso agradecemos infinitamente “la buena onda” del alcalde
para que nos deje de vez en cuando dos horas o los domingos para que
disfrutemos nuestras calles, llevemos a pasear a los niños y saquemos a los
perros. Hacer ejercicio es un lujo, los costos por la playera y la medalla van
desde Q100 a Q200 en las carreras más concurridas.
Esos dos ejemplos de organización para
salir a las calles como sociedad unida chocan con la organización que se hace para
querer/desear/pedir cambios estructurales en Guatemala. Para las convocatorias
de manifestaciones pacíficas de sábados por la tarde –que dicen algunos que
lograron sacar a un binomio presidencial ̶ nos preparamos de otra forma:
solo cuando teníamos tiempo libre. Si ya habíamos lavado los platos, si ya había
acabado el partido, si alguien nos acompañaba, si ya no quedaban otras excusas.
Y al estar en las plazas… las selfies y la indignación 2.0, 3.0, 4.0,
5.0 ad infinitum, tras las pantallas
y en la comodidad de cualquier hashtag.
Cumplirle a la patria sigue siendo tarea pendiente. Nada cambia si cantamos el
himno, que por cierto, no tiene sentido para esta historia de país tan triste.
Otra de las organizaciones que me perturban
un poco es la que tenemos para después de las tragedias. No antes, después,
cuando toca contar los cadáveres y llevar víveres a los sobrevivientes. La
caridad tiene sello de agua en el actuar chapín: damos limosna para limpiar la
culpa, la frustración o la indiferencia. Como cuando arrojamos a la calle la
basura que nos estorba en las manos, y que, como niños en crecimiento, creemos
que eso basta para que desaparezca.
Tal vez la solución sea que organicemos una
carrera para salir de nuestros abismos como país. El lema podría ser: “10K por
#UnaGuateDigna”, las playeras podrían ser color cucurucho y hacer las medallas
con un diagrama de Cristo en Viernes Santo.
Por Diana Vásquez Reyna
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