Dentro de
las tradiciones orales de nuestro país se cuenta la historia de un espíritu que
protege a aquellos que ahogan sus penas en el alcohol y se le conoce como El
Cadejo. Las historias cuentan que en las noches de excesos este espíritu guía a
los que pierden el rumbo que los debería llevar a su hogar. Pero este protector
también tiene motivos ocultos en su tarea, ya que si no logra aliviar la
aflicción de los dolientes les arrebata su alma con una muerte repentina. Lo
hace lamiéndoles la boca, para luego seguirlos por nueve días hasta que mueren.
También se
conocen historias de otros dos Cadejos, el gris que protege a los niños solos y
el blanco que cuida de las mujeres abandonadas o viudas.
El Cadejo de
nuestra leyenda es un perro negro con pesuñas de cabra, de ojos rojos como el
fuego y el aliento con olor a azufre. A continuación les compartimos una
versión de esta leyenda:
—Una mañana
de abril se vio a Joel caminando por las calles aledañas al Cerrito del Carmen,
iba en compañía de un perro de color negro.
Joel como
pudo llego al atrio de la iglesia y se rompió en llanto. Unas semanas atrás la
mujer que él había amado falleció. Tan fuerte fue su llanto y tan agotadora la
sensación de soledad que se entregó a los brazos de Morfeo.
En ese
momento empezó a soñar con aquella tarde de noviembre en que conoció a Karla.
Recordó la belleza de su rostro, su sonrisa deslumbrante y su voz magistral al
verla y oírla interpretar el papel de Ofelia. Desde ese momento Joel hizo todo
lo posible para encontrarse con ella y con los más pequeños detalles, pero
significativos, logró que ella se enamorada perdidamente de él.
Desafortunadamente
el sueño fue interrumpido por aquella catástrofe que le arrebató de su lado a
su amada.
Como pudo se
levantó y se dirigió a la cantina más cercana, siempre acompañado por su fiel
amigo. Ingresó en el tugurio, de aquellos en los que pocos se atreven a entrar,
y junto a él sentó aquel perro negro.
Joel no podía
dejar de observar al perro que ahora se había convertido en su único amigo, las
miradas que le dirigía eran de agradecimiento ya que era su única
compañía. El perro lo había protegido de
ladrones y dado calor en las noches heladas. Aunque al inicio el aspecto de su
fiel acompañante le había causado pavor, se había llegado a encariñar con él.
Esa mañana
Joel bebió hasta volver a perder el conocimiento, cuando se recuperó se dio
cuenta de que ya era de madrugada. Se sentó en la orilla de una banqueta y a lo
lejos creyó reconocer la silueta de su amada. Se fue tras ella pensado que era
Karla.
En sus
últimos momentos de lucidez, Joel pensó estar de nuevo en aquel teatro en el
que la vio por primera vez actuar; sus sentidos reconocieron cada detalle de ese
día, pero poco a poco todo lo que él imaginó se convirtió en penumbras.
Cansado, volvió a buscar reposo en la orilla de una banqueta y con la
respiración casi entrecortada y la mirada pesada empezó a buscar a su fiel
compañero. En ese instante el perro se acercó a Joel emanando un intenso olor
azufre, el animal se sentó junto a él y fue así como Joel exhaló su último
suspiro cayendo muerto. Se lo había llevado el Cadejo.—
Adaptación por
Giancarlo Tribiani
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