lunes, 27 de marzo de 2017

Organización chapina 5.0



En la historia guatemalteca, los intentos de organización social han sido silenciados, acribillados, arrasados del mapa. Eso nos dejó desarticulados en muchos sentidos, incluso para conocer nuestros derechos, lo que nos hace exigir de manera superficial “libre locomoción” cuando hay manifestaciones o protestas, como si este fuera el derecho plus ultra para una vida decente. 

Estamos en Cuaresma y siempre por estas fechas me digo que si nos organizáramos como nos organizamos para las procesiones, otras realidades tendríamos, no solo en calles y avenidas cerradas para el pesar de los no devotos que no pueden cuestionar: “¿Y nuestra libre locomoción?”.

Con colores, olores, sabores y fervores de corozo y expiación de culpas -hasta de niños que no cumplen los 5 años-, la gente chapina, creyente o no, se organiza con meses de anticipación. Invierte tiempo y dinero en su indumentaria cucurucha y en turnos. Pasa sol, lluvia, esperas y se desvela por esos rituales y odas a la muerte y el dolor. 

El sábado pasado, 25 de marzo, la Cuaresma coincidió con una carrera nocturna de 10 kilómetros. Las carreras me hacen pensar también en la organización y el poder de convocatoria, como también en la falta de espacios urbanos seguros para hacer algo tan simple como correr. No tenemos parques y por eso agradecemos infinitamente “la buena onda” del alcalde para que nos deje de vez en cuando dos horas o los domingos para que disfrutemos nuestras calles, llevemos a pasear a los niños y saquemos a los perros. Hacer ejercicio es un lujo, los costos por la playera y la medalla van desde Q100 a Q200 en las carreras más concurridas.

Esos dos ejemplos de organización para salir a las calles como sociedad unida chocan con la organización que se hace para querer/desear/pedir cambios estructurales en Guatemala. Para las convocatorias de manifestaciones pacíficas de sábados por la tarde –que dicen algunos que lograron sacar a un binomio presidencial ̶  nos preparamos de otra forma: solo cuando teníamos tiempo libre. Si ya habíamos lavado los platos, si ya había acabado el partido, si alguien nos acompañaba, si ya no quedaban otras excusas.

Y al estar en las plazas… las selfies y la indignación 2.0, 3.0, 4.0, 5.0 ad infinitum, tras las pantallas y en la comodidad de cualquier hashtag. Cumplirle a la patria sigue siendo tarea pendiente. Nada cambia si cantamos el himno, que por cierto, no tiene sentido para esta historia de país tan triste.
  
Otra de las organizaciones que me perturban un poco es la que tenemos para después de las tragedias. No antes, después, cuando toca contar los cadáveres y llevar víveres a los sobrevivientes. La caridad tiene sello de agua en el actuar chapín: damos limosna para limpiar la culpa, la frustración o la indiferencia. Como cuando arrojamos a la calle la basura que nos estorba en las manos, y que, como niños en crecimiento, creemos que eso basta para que desaparezca. 

Tal vez la solución sea que organicemos una carrera para salir de nuestros abismos como país. El lema podría ser: “10K por #UnaGuateDigna”, las playeras podrían ser color cucurucho y hacer las medallas con un diagrama de Cristo en Viernes Santo.


 Por Diana Vásquez Reyna

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