La Leyenda
de La Dama de Negro es una de las pocas leyendas de América Latina que tiene
diferentes versiones, es decir, que si difieren una de otra dependiendo el país
o la región en que la cuenten. La siguiente versión es la que más se conoce en
nuestro país. Esperamos la disfruten.
Corrían los
últimos años de la década de 1990, en la ciudad de Guatemala se respiraban
nuevos aires y en las calles se hablaba de un mejor país. Alejandro era un
estudiante de Psicología con una personalidad que a todos encantaba. Vivía en
la avenida del Cementerio, por las mañanas ayudaba a su tío en la venta de
flores que tenían y por las tardes asistía a la Universidad.
Una tarde,
antes de dirigirse a sus estudios, decidió pasar a la iglesia. Caminó desde su
casa con la misma despreocupación de todos los días y sin darse cuenta una
muchacha, que caminaba en dirección contraria, lo pasó atropellando. Ella no
reparó en Alejandro, pero él no pudo quitar la mirada de tan bella joven; quien
iba vestida toda negro, la siguió hasta que escuchó a lo lejos las campanadas
de la iglesia que le que le recordaron que iba tarde a clases.
Esa tarde no
pudo poner atención y pasó el tiempo pensando en la muchacha. En el cambio de
clases contó a Ramón lo que le había sucedido, su amigo que también vivía por
el sector, le ofreció indagar acerca de la muchacha; aunque le explicó que con
la única referencia de que iba vestida toda de negro no sería fácil dar con la
joven.
Pasaron los
días y Ramón no pudo averiguar un solo detalle acerca de la joven, hasta pensó
que lo que su amigo le había contado era producto de su imaginación. Le ofreció
que se juntaran antes de ir rumbo a la Universidad y así comprobar si la muchacha
en verdad existía, pero el día en que ambos se dirigieron a clases la Dama de
Negro nunca se apareció en el camino de los dos amigos.
Pasó un
tiempo y Alejandro perdió la esperanza de volverse a encontrar con ella, se
dedicó a sus estudios y a trabajar arduamente con su tío. A mediados del mes de
mayo logró conseguir boletos para una obra de teatro que siempre había deseado
ver, la noche se presentó y se veía a las personas llegar entusiasmadas a dicha
presentación. Durante los dos primeros actos observó en todo momento el
desempeño de los actores sobre el escenario, sin proponérselo levantó la vista
a uno de los palcos del teatro, fue tan grande su sorpresa al volver a ver a la
Dama de Negro que ya no pudo apartar su mirada de ella.
De pronto se
percató que el final de la obra había llegado, se levantó y salió lo más pronto
que le fue posible con el único afán de poder alcanzar a la Dama de Negro. Acción
que para su pesar no logró realizar, se vio obligado a ver como ella
desaparecía por las calles de la zona 4 y como sucedió la primera vez pasó
mucho tiempo para que la volviera a ver.
Llegó el mes
de noviembre y con él la celebración de Día de Muertos, Alejandro y su tío se
levantaron más temprano que lo de costumbre para abrir su puesto de flores. Por
una de las puertas laterales apareció una mujer vestida totalmente de negro, se
dirigió hacia donde él vendía y le pidió la última docena de margaritas que
tenía. El joven confundido se las dio. La mujer quiso pagarlas, pero él no
aceptó, ella le sonrió y le dijo:
–Tome esta cadena y mi dirección, llegue a mi casa el día de San Cristóbal y
así podremos vernos con mayor tranquilidad. Al ver la nota notó que también se encontraba escrito el nombre de ella,
Guadalupe Solís.
Y como
apareció, se perdió entre la multitud que iba a visitar a sus difuntos.
Llegado el
día tan esperado para Alejandro se dirigió a la dirección que se encontraba en
aquel papelito que le había entregado aquella mujer vestida de negro. Tomó un bus
que lo llevó a la zona 1, al bajarse se dirigió al viejo Barrio Gerona y ubicó
la dirección de la casa.
Tocó la puerta
y casi de inmediato abrió una mujer de mediana edad, Alejandro preguntó por
Guadalupe Solís, pero por su emoción no se percató de como el rostro de la
señora palideció. Pasada la impresión la mujer lo invitó a pasar y le pidió que
se sentara. La señora se presentó y dijo:
–Mi nombres es Flor, y
a quien usted busca es mi hija, pero
ella falleció exactamente hoy hace un año.
Tal fue la
sorpresa de Alejandro que faltó poco para que se desmayara de la impresión. Él
le explicó las circunstancias en que había conocido a Guadalupe y le mostró la
cadena a la señora que ella le había entregado. Le contó que Guadalupe le había
pedido que viniera exactamente ese día a buscarla.
Ambos
quedaron sin palabras, Alejandro depositó la cadena en las manos de doña Flor y
se retiró con la mente en blanco. Al estar a pocas calles de su casa se sintió
invadido por una paz y tranquilidad que nunca antes había experimentado.
Adaptación
de Giancarlo Tribiani
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