jueves, 27 de agosto de 2020

Negrísimas hojas (comentario por Noe Vásquez Reyna)

El día de hoy les queremos presentar una reseña que se le realizó al libro Negrísimas hojas de Candi Ventura por parte, de la también, escritora Noe Vásquez. Esto como antesala a la presentación de los textos de Candi. Esperamos lo disfruten.

Negrísimas hojas, de Candi Ventura López, es una bocanada de humanidad estática, densa, negra que absorbe y golpea, si queremos darnos una idea. Esa humanidad puede observase a sí misma con una mirada adulta, con pérdidas, con sus sillas rotas, con desesperanzas cotidianas y demonios que no destruyen o no se atreven a demasiada maldad.

En algún momento del poemario, son los demonios que conversan con sus almas humanas tan perturbadas, como el interrogatorio a un asesino, como el suicidio de un sacerdote o como imágenes de insectos que son fieles espejos de nuestra mínima existencia.

Es un murmullo de almas, de violencias invisibles y palpables como los fantasmas perdidos en dimensiones no tan lejanas. Esas almas habitan cuerpos que mutan, en cuerpos un poco más viejos, con plata en el cabello.  

Lo que también hay en Negrísimas hojas son voces de mujeres reflexivas, sobrias y pitonisas-brujas que hablan de esperanza y del té para conjugar, para nombrar una ratonera o conjurar lo que otras mujeres, muchas mujeres,  también sueñan:

Condenadas

He tenido un sueño recurrente:
sueño con un mundo lleno de agujeros gigantes
en donde todas las mujeres inconvenientes
éramos arrojadas a la hondonada más profunda
Las que no teníamos hijos
Las que no queríamos hablar con extraños
Las que no queríamos ser amables
Las que no queríamos las medias tintas
Las que nos cuestionábamos: ¿de qué color es la tristeza?
Las que decidíamos sin preguntar a nadie
Las que amábamos nuestra sangre sin violencia.
Una a una íbamos cayendo.
Ninguna quería salir de nuevo.

Nos condenaban, según la consciencia de ellos
a un vasto y oscuro lugar.
Nosotras, en cambio, buscábamos el núcleo de la Tierra
queríamos hacerlo girar en otra dirección, lo íbamos a lograr.
Tantos siglos nos habían enseñado,
Nosotras sí sabíamos de qué color es la tristeza: Índigo iluminado.

El poemario entero, quizá, y esto es una suposición totalmente mía, quizá nos pida algo a los lectores: que no seamos fabricantes de felicidad, de esa que encontramos en envoltorios y estúpidas instrucciones de supervivencia, porque la humanidad será imperfecta o no será. 

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