—¿Sabes que
haría por placer?—, preguntó con rabia. —Pegarme un tiro en plena calle abierta
en hora pico—, respondió. Su mirada se había dulcificado hasta la lágrima,
decirlo le había concedido cierto alivio. Esa tensión que tenía dentro de sí
podía convertirlo en un poeta o en un maníaco desquiciado con ganas de romper
cuellos, cualquier cuello. ¿Bipolar? Quizá, pero ese no era el punto. Este
mundo pare bipolares por centenas que cohabitan neurálgicamente y que, poco a
poco, estallan en asesinos o caníbales.
Mateo era un
tipo sensible, demasiado. Era un enamorado empedernido, y siempre le iba mal.
Actuaba como un niño de cinco años o como un adulto con crisis de bebé. La
incomodidad puede ser en demasía e inexplicable. A su temperamento se le
agregaban complicaciones comunes: dos hogares, deudas y estrés. La mayoría de
los hombres lo hacen todo el tiempo, y él, que había nacido mujer, no terminaba
de comprender por qué ser tan inconstante era la norma.
Sus mujeres
—el paso transversal no le había anulado lo machista— conocían sus debilidades,
sus fobias, sus incoherencias, y le perdonaban todo. Yo solo podía pensar en
que realmente era un buen amante. Porque Mateo era, sobre todo, un manojo de
nervios con una hermosa sonrisa.
Y claro, era
fascinante con sus discursos, sus vueltas y venidas. También era un excelente
malabarista con suerte, pero él no se percataba de ello. Entre todo lo que
sostenía, llevaba y cargaba, pasaba por alto que era un tipazo con suerte. Le
iba bien en un país como este. El tipo escribía, y le pagaban por ello. Tenía
un lujo de vida.
Un día gris
humeante como de verano en espera, las cosas dejaron de ser como siempre para
Mateo. Conoció a alguien que le prometió cosas sencillas sin exageraciones
sentimentales como empaparse bajo una lluvia tierna. Lo dejó todo. Mateo había
comprendido que no debía esforzarse por ser, sino simplemente dejarse ser. Mateo
y Lucas se mudaron de país. Lo último que me escribió fue esto: “Manuel, jodete,
acabamos de adoptar un perro”.
*Este cuento
pertenece a la sección Obituarios, del libro aún no impreso Caer, de Diana Vásquez Reyna.
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