Escribí por montones, era mi secreto, mi escape, sin sentido, era mío,
nada más así.
Una tarde, una de esas que suspiran y provocan lágrimas, sudor y que, en pocos instantes pueden romper tu corazón, encontré una silueta singular en aquella banca donde solía escribir.
Sin titubear, caminé hacia mi lugar de paisajes, de viajes, donde sentimientos vi nacer y morir con el puño inconsciente de mi mente y las ganas de no saber ni sentir nada en ese momento.
Esperaba si acaso fuese un juego de mi mente, creado por la nostalgia, sin embargo la caída del sol dejó a la vista, la singularidad de tu cuerpo.
No tuve que mirarte a los ojos, al observarte de lejos notaba con sensatez que las estrellas nacían del manantial inexplicable de tu rostro, el mismo lugar donde encontré manantial de agua cristalina, salía de tu cuerpo, llenando el lago de esperanza, sus alrededores florecían y aquel lugar desolado crecía conforme el sol caía.
Sin estar presente, dejándolo todo, escribí en mi corazón aquel acontecimiento que de lejos presencié, sin pensar que de distancia y escritura mi corazón sellaba sus heridas.
Por eso hoy, de mi mano tomé aquella silueta, dejando sin espacio la imaginación viendo su rostro y saboreando el placer de verle a las anchas de su hermoso querer.
No esperaba menos de los atardeceres que hice con estilizada mano y nostalgia a flor de piel, pero sin duda diré siempre, que la falta de esperanza decidió darme una bofetada al verte por primera vez.
Una tarde, una de esas que suspiran y provocan lágrimas, sudor y que, en pocos instantes pueden romper tu corazón, encontré una silueta singular en aquella banca donde solía escribir.
Sin titubear, caminé hacia mi lugar de paisajes, de viajes, donde sentimientos vi nacer y morir con el puño inconsciente de mi mente y las ganas de no saber ni sentir nada en ese momento.
Esperaba si acaso fuese un juego de mi mente, creado por la nostalgia, sin embargo la caída del sol dejó a la vista, la singularidad de tu cuerpo.
No tuve que mirarte a los ojos, al observarte de lejos notaba con sensatez que las estrellas nacían del manantial inexplicable de tu rostro, el mismo lugar donde encontré manantial de agua cristalina, salía de tu cuerpo, llenando el lago de esperanza, sus alrededores florecían y aquel lugar desolado crecía conforme el sol caía.
Sin estar presente, dejándolo todo, escribí en mi corazón aquel acontecimiento que de lejos presencié, sin pensar que de distancia y escritura mi corazón sellaba sus heridas.
Por eso hoy, de mi mano tomé aquella silueta, dejando sin espacio la imaginación viendo su rostro y saboreando el placer de verle a las anchas de su hermoso querer.
No esperaba menos de los atardeceres que hice con estilizada mano y nostalgia a flor de piel, pero sin duda diré siempre, que la falta de esperanza decidió darme una bofetada al verte por primera vez.
José
Luis Hernández
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