La idea la atormentó por varios días, al punto de darle insomnio, desafortunadamente a este punto, esa era la única solución viable para Lorena. Regresó un día con ese abogado, y con toda la desfachatez del caso, le habló claro y pelado, igual, ya daba por perdido todo, si lograba el juicio no tenía esperanzas de nada. Con las manos vacías y el corazón en la mano, le relató al abogado una a una sus penas e incertidumbres, los años de abusos y tantas cosas más.
Sin decir una palabra, el licenciado se levantó y se aseguró
que la puerta estuviera con llave, llamó a su secretaria para que no lo
molestaran, que estaría en una reunión importante y confidencial. La miró a los ojos y tomó un trozo de papel
en donde apuntó un nombre y un número telefónico.
Ella tomó el papel con más miedo que vergüenza y supo inmediatamente
de qué se trataba. El abogado le
explicó, había conocido a este individuo hacía ya un tiempo, había sido parte
de las fuerzas armadas en la época de la guerra interna y se las sabía de todas
todas. Al finalizar la guerra y con los Acuerdos
de Paz, muchos de ellos se vieron desempleados y con serios problemas que los
hizo presa fácil de gente mal habida.
Con el tiempo, el antes soldado, ahora se dedicaba al sicariato. No era barato, pero sí muy discreto y de
fiar… si es que ese término se puede aplicar en el bajo mundo. Ella le confirmó que el dinero no era
problema, ella vería que ambos fueran recompensados como es debido. Acordaron que el asunto se coordinaría entre
el licenciado y el sicario únicamente, ella no necesitaba los detalles, solo
quería que sucediera.
Esa mañana, su marido amaneció particularmente cariñoso,
hicieron el amor como hacía años no lo hacían, desayunaron tranquilamente y él
se fue rumbo al trabajo. Se quejó de
algo acerca del pago de planilla de la finca, recibió una llamada en donde le
contaron que al caporal le había dado dengue o algo así y tenía que llevar él
mismo el dinero, no se quería arriesgar de dejarle la tarea a cualquiera de la
finca. Dejó el vaso vacío sobre la mesa,
se despidió de ella y los niños, y antes de salir le preguntó: “Todo bien,
¿verdad?”. Ella sin pronunciar palabra,
solo asintió y algo dentro le hizo pensar que esa sería la última vez que lo
vería.
A eso de las tres de la tarde estalló el caos. Sonó el teléfono y al otro lado su suegro
histérico le contaba: “Lore,, mija, ay no… que pena, balearon al chiqui, parece
que fue para robarle la plata de la planilla porque se llevaron todo, el
maletín con el dinero, su computadora, el celular, las chequeras, todo.. va
camino al hospital, váyase para allá, yo ya casi llego… va muy mal mija…”. No pudo ni hablar. Colgó el aparato y le habló a la niñera lejos
de los niños, su marido había tenido un accidente y tenía que salir a ver qué
sucedió.
Al llegar, todo fue demasiado rápido, médicos y enfermeras
de un lado a otro, sus suegros tomados de la mano lloraban y rezaban y cuando
la vieron alguien le puso un vaso con té en la mano mientras le hablaban, pero
ella no entendía nada de lo que le decían.
Tres horas después, y tras una larga lucha por contener la hemorragia,
el médico salió a dar la mala noticia: múltiples impactos de bala de alto calibre
rompieron con todo lo que encontraron a su paso y fue imposible salvarlo.
Cayó sentada en el sofá de la sala de espera, no creyendo
que fuera tanta su suerte. “está en
shock, pobrecita…”, escuchaba a los lejos, pero su estado era por algo muy
distinto a lo que se imaginaba la familia.
La tarde anterior, el abogado le había llamado, le comentó que
prepararían el atentado para dentro de una semana más o menos, por si alguien
averiguaba de sus planes de divorció, así evitarían conjeturas… ¿Sería posible
que esto no tuviera nada que ver con sus planes?”.
Debido a la situación no tuvo tiempo de confirmar con el
abogado sus dudas, tampoco lo creyó prudente, la policía andaba como loca
buscando a los responsables, sería mejor esperar. Estando en el funeral siguió su teatro del
“shock” y no habló con nadie. Una larga
fila de personas le esperaba para darle el pésame, recordándole lo maravilloso
que era el Chiqui, así que prefirió la idea de seguir fingiendo la tristeza
para evadir todo el circo.
No reparó en ninguno de los presentes hasta que escuchó una
voz familiar que le susurró al oído: “como que se nos adelantaron, señora. Llámeme en cuanto se pase este relajo y la
dejen respirar”. El abogado continuó
dando el pésame a los demás deudos y fue así como Lorena confirmó sus
sospechas, su alma estaba libre de toda culpa, alguien más lo asesinó. Más tarde en el cementerio, el ataúd se
perdería en las entrañas de la tierra, y con él, todas las angustias, dolor y
sufrimiento de Lorena, atrás quedaron las cadenas, con cada rezo, cada Ave
María, sus alas crecían…
Regresó a su casa exhausta, sobre la mesita de la cocina
encontró los periódicos de los últimos días, se asombró al leer uno de los
encabezados: “Apresan a presuntos responsables en asalto a Ingeniero” …
continuó su lectura, “les incautan los objetos personales del difunto y parte
del dinero robado, como pruebas fehacientes del crimen”. Entre los detalles más relevantes decía que
los capturados habían sido empleados de la finca, el jefe de la banda era el
caporal, quien supuestamente se había reportado enfermo el día del
atentado. Los otros tres hombres, dos de
ellos habían tenido problemas personales con el ingeniero, lío de faldas al
parecer, algo sobre una pariente de uno de ellos que decía haber sido violada
por el patrón.
“Bendito Karma”, pensó ella.
Los siguientes días fueron un martirio, abogados, papeles que firmar,
citas, seguros, cuentas, proveedores, etc.
Algo de nunca acabar. Habló con
la familia, les dijo que se sentía insegura en la ciudad y que quería llevarse
a sus niños al extranjero, unos dos o tres años, para sufrir su luto en
paz. Todos estuvieron de acuerdo y
comenzaron los arreglos de las visas, boletos, colegios, en fin, todo lo
necesario para que los tres se fueran lo antes posible. Pero ella tenía un pendiente que debía
resolver antes de partir.
El vehículo cruzó ceremoniosamente el portón de hierro
fundido y los jardines llenos de flores del cementerio en donde su “adorado
esposo” yacía en su eterno descanso, llegó a la tumba y la miró detenidamente
en silencio. Disimuladamente, se paró
sobre la lápida, se aseguró que nadie más estuviera cerca y orinó sobre
ella. Por vulgar y corriente que la
situación fuera, el tipo lo ameritaba después de tantos años de vergüenzas y
dolor. Se quitó los anillos de
matrimonio y los dejó caer sobre la tumba mojada. Sonrió, sintiéndose liberada de todo el peso
que llevó a cuestas durante su “perfecto” matrimonio.
“Vas a necesitarlos para pagarle a Caronte o bien sea darle
mordida a los demonios que te chinguen en el infierno, cariño. Los vas a necesitar”. Caminó un rato por los jardines del
camposanto, aspirando el aroma de las flores y admirando la arquitectura de
alguno de los mausoleos. Hasta ahí
llegaba su vida de tormentos y desatinos, a partir de esa fatídica tarde, ella
había dejado su infelicidad dentro del ataúd de roble y enterró todo junto a adorado
Chiqui.
De ahora en adelante, ella gobernaría su vida…
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