jueves, 8 de octubre de 2020

Paga al salir (segunda parte)

La idea la atormentó por varios días, al punto de darle insomnio, desafortunadamente a este punto, esa era la única solución viable para Lorena.  Regresó un día con ese abogado, y con toda la desfachatez del caso, le habló claro y pelado, igual, ya daba por perdido todo, si lograba el juicio no tenía esperanzas de nada.  Con las manos vacías y el corazón en la mano, le relató al abogado una a una sus penas e incertidumbres, los años de abusos y tantas cosas más. 

Sin decir una palabra, el licenciado se levantó y se aseguró que la puerta estuviera con llave, llamó a su secretaria para que no lo molestaran, que estaría en una reunión importante y confidencial.  La miró a los ojos y tomó un trozo de papel en donde apuntó un nombre y un número telefónico. 

Ella tomó el papel con más miedo que vergüenza y supo inmediatamente de qué se trataba.  El abogado le explicó, había conocido a este individuo hacía ya un tiempo, había sido parte de las fuerzas armadas en la época de la guerra interna y se las sabía de todas todas.  Al finalizar la guerra y con los Acuerdos de Paz, muchos de ellos se vieron desempleados y con serios problemas que los hizo presa fácil de gente mal habida.  Con el tiempo, el antes soldado, ahora se dedicaba al sicariato.  No era barato, pero sí muy discreto y de fiar… si es que ese término se puede aplicar en el bajo mundo.  Ella le confirmó que el dinero no era problema, ella vería que ambos fueran recompensados como es debido.  Acordaron que el asunto se coordinaría entre el licenciado y el sicario únicamente, ella no necesitaba los detalles, solo quería que sucediera.

Esa mañana, su marido amaneció particularmente cariñoso, hicieron el amor como hacía años no lo hacían, desayunaron tranquilamente y él se fue rumbo al trabajo.  Se quejó de algo acerca del pago de planilla de la finca, recibió una llamada en donde le contaron que al caporal le había dado dengue o algo así y tenía que llevar él mismo el dinero, no se quería arriesgar de dejarle la tarea a cualquiera de la finca.  Dejó el vaso vacío sobre la mesa, se despidió de ella y los niños, y antes de salir le preguntó: “Todo bien, ¿verdad?”.  Ella sin pronunciar palabra, solo asintió y algo dentro le hizo pensar que esa sería la última vez que lo vería.

A eso de las tres de la tarde estalló el caos.  Sonó el teléfono y al otro lado su suegro histérico le contaba: “Lore,, mija, ay no… que pena, balearon al chiqui, parece que fue para robarle la plata de la planilla porque se llevaron todo, el maletín con el dinero, su computadora, el celular, las chequeras, todo.. va camino al hospital, váyase para allá, yo ya casi llego… va muy mal mija…”.  No pudo ni hablar.  Colgó el aparato y le habló a la niñera lejos de los niños, su marido había tenido un accidente y tenía que salir a ver qué sucedió. 

Al llegar, todo fue demasiado rápido, médicos y enfermeras de un lado a otro, sus suegros tomados de la mano lloraban y rezaban y cuando la vieron alguien le puso un vaso con té en la mano mientras le hablaban, pero ella no entendía nada de lo que le decían.  Tres horas después, y tras una larga lucha por contener la hemorragia, el médico salió a dar la mala noticia: múltiples impactos de bala de alto calibre rompieron con todo lo que encontraron a su paso y fue imposible salvarlo. 

Cayó sentada en el sofá de la sala de espera, no creyendo que fuera tanta su suerte.  “está en shock, pobrecita…”, escuchaba a los lejos, pero su estado era por algo muy distinto a lo que se imaginaba la familia.  La tarde anterior, el abogado le había llamado, le comentó que prepararían el atentado para dentro de una semana más o menos, por si alguien averiguaba de sus planes de divorció, así evitarían conjeturas… ¿Sería posible que esto no tuviera nada que ver con sus planes?”.

Debido a la situación no tuvo tiempo de confirmar con el abogado sus dudas, tampoco lo creyó prudente, la policía andaba como loca buscando a los responsables, sería mejor esperar.  Estando en el funeral siguió su teatro del “shock” y no habló con nadie.  Una larga fila de personas le esperaba para darle el pésame, recordándole lo maravilloso que era el Chiqui, así que prefirió la idea de seguir fingiendo la tristeza para evadir todo el circo. 

No reparó en ninguno de los presentes hasta que escuchó una voz familiar que le susurró al oído: “como que se nos adelantaron, señora.  Llámeme en cuanto se pase este relajo y la dejen respirar”.  El abogado continuó dando el pésame a los demás deudos y fue así como Lorena confirmó sus sospechas, su alma estaba libre de toda culpa, alguien más lo asesinó.  Más tarde en el cementerio, el ataúd se perdería en las entrañas de la tierra, y con él, todas las angustias, dolor y sufrimiento de Lorena, atrás quedaron las cadenas, con cada rezo, cada Ave María, sus alas crecían…

Regresó a su casa exhausta, sobre la mesita de la cocina encontró los periódicos de los últimos días, se asombró al leer uno de los encabezados: “Apresan a presuntos responsables en asalto a Ingeniero” … continuó su lectura, “les incautan los objetos personales del difunto y parte del dinero robado, como pruebas fehacientes del crimen”.  Entre los detalles más relevantes decía que los capturados habían sido empleados de la finca, el jefe de la banda era el caporal, quien supuestamente se había reportado enfermo el día del atentado.  Los otros tres hombres, dos de ellos habían tenido problemas personales con el ingeniero, lío de faldas al parecer, algo sobre una pariente de uno de ellos que decía haber sido violada por el patrón.

“Bendito Karma”, pensó ella.  Los siguientes días fueron un martirio, abogados, papeles que firmar, citas, seguros, cuentas, proveedores, etc.  Algo de nunca acabar.  Habló con la familia, les dijo que se sentía insegura en la ciudad y que quería llevarse a sus niños al extranjero, unos dos o tres años, para sufrir su luto en paz.  Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron los arreglos de las visas, boletos, colegios, en fin, todo lo necesario para que los tres se fueran lo antes posible.  Pero ella tenía un pendiente que debía resolver antes de partir.

El vehículo cruzó ceremoniosamente el portón de hierro fundido y los jardines llenos de flores del cementerio en donde su “adorado esposo” yacía en su eterno descanso, llegó a la tumba y la miró detenidamente en silencio.  Disimuladamente, se paró sobre la lápida, se aseguró que nadie más estuviera cerca y orinó sobre ella.  Por vulgar y corriente que la situación fuera, el tipo lo ameritaba después de tantos años de vergüenzas y dolor.  Se quitó los anillos de matrimonio y los dejó caer sobre la tumba mojada.  Sonrió, sintiéndose liberada de todo el peso que llevó a cuestas durante su “perfecto” matrimonio.

“Vas a necesitarlos para pagarle a Caronte o bien sea darle mordida a los demonios que te chinguen en el infierno, cariño.  Los vas a necesitar”.  Caminó un rato por los jardines del camposanto, aspirando el aroma de las flores y admirando la arquitectura de alguno de los mausoleos.  Hasta ahí llegaba su vida de tormentos y desatinos, a partir de esa fatídica tarde, ella había dejado su infelicidad dentro del ataúd de roble y enterró todo junto a adorado Chiqui.

De ahora en adelante, ella gobernaría su vida…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Luis Cardoza y Aragón

Nació en la ciudad de Antigua Guatemala el 21 de junio de 1901. Fue poeta, diplomático y uno de los intelectuales más importantes d...